✍️ Quién da forma a las historias
Y también: lecturas de decadencia tiktoker y menores trans
5 de febrero | Madrid
📬 Esta semana, volvemos a colaborar con nuestros amigos de Revista 5W.
En esta entrega, Patricia Simón repasa los tumbos que ha dado un libro que le regalaron hace años para reflexionar sobre cómo las historias periodísticas son un trabajo coral que aúna lo común con lo extraordinario.
🕰️ Leer esta newsletter te llevará 8 minutos y 22 segundos.
👋 Aguanta hasta el final para el highlight de los GRAMMYs. Bienvenido a La Wikly.
✍️ Periodismo coral
Por Patricia Simón
Hace muchos años, un amigo médico que escondía en su casa a los migrantes que llegaban en patera a la costa del Estrecho —el mismo amigo viajero que me enseñó que recorrer el desierto es viajar hacia adentro mientras me mostraba las acuarelas que pintaba en sus cuadernos, ese amigo escritor que paría novelas volcánicas con la única aspiración de compartirlas con sus seres queridos, mi amigo pirata, que esperó a jubilarse para ponerse un pendiente de aro y dedicarse en cuerpo y alma a mostrarnos el camino de la aventura; en definitiva, Paco— me alargó un libro aquella mañana mientras preparábamos el café en su cocina mirando a África y me dijo: “Este tesorito te va a fascinar”. Paco murió inesperadamente pocos meses después, cuando aquella lectura ya se había fusionado con mi forma de mirar el mundo y quince años antes de que yo lograse devolverle el ejemplar a su verdadero dueño.
Las cartas que no llegaron son las memorias de Mauricio Rosencof, dirigente de los tupamaros, cuyos ataques contra la oligarquía y la dictadura uruguayas pagó, junto a otros ochos líderes de la guerrilla como el expresidente José Mujica, con doce años de cárcel. Una eternidad que pasaron, mayoritariamente, en régimen de aislamiento, en celdas de dos metros cuadrados y, a menudo, bajo tierra. En el libro, Rosencof alterna la memoria infantil sobre su familia —la que llegó a América Latina desde Polonia huyendo del Holocausto y la que fue exterminada en Auschwitz— con las conversaciones que nunca pudo mantener con su padre y que recreaba en su calabozo. “Te escribo para escribirme (…) Lo que hoy por hoy siento es que yo, hoy, soy vos”, le dice en determinado momento.
He leído Las cartas una decena de veces y no recuerdo ningún otro libro que consiga de manera tan carnal y vívida eso que tanto perseguimos los periodistas: poner(nos) en la piel del otro. Y lo hace a través de descripciones que hablan por sus protagonistas, de diálogos tan breves que los suspiros revelan casi tanto como los silencios y de un lenguaje tan desnudo de artificios que las palabras no nombran, exponen. Como cuando nos hace convertirnos en un hombre que se evapora por la falta de noticias de su familia, o en una madre que tras perder a su hijo se transmuta, poco a poco, en las plantas que riega en el patio, o en las cartas que, cuando se leen, tienen la voz de sus remitentes. Rosencof nos pasea de su mano infantil por los barrios miserables de los exiliados —a quienes se les escurre la vida luchando por sacar adelante a los vivos y esperando noticias de los muertos— y por el campo de concentración en el que los exterminados se saben jabón antes de ser cremados.
Pero mi volumen de Las cartas no acababa con el relato de Rosencof. Al final, en el interior de la contracubierta, alguien había pegado un folio con un intercambio de emails impresos. Recordándome mi cuenta pendiente.
El libro se lo había prestado a Paco su amigo Hugo, quien acostumbra a escribir a los autores de las obras que le deslumbran para darles las gracias. Y aunque la fascinación con la literatura siempre va más allá de lo puramente literario, en esta ocasión su conexión era radicalmente personal. Hugo, el nombre que adoptó cuando llegó a España huyendo de Chile, le escribía al autor uruguayo: “En pocas horas terminé de leer el libro muy emocionado. Ahora se lo mandaré a Víctor, que vive en Francia. Lleva toda la vida desterrado. Una década después de la desaparición de su viejo, se puso su corbata la tarde que emboscó al hijo de puta de Pinochet. Estuvo preso, logró fugarse y tiene prohibición de ingreso a Chile. Sí, la prohibición continúa este 2008. Habitamos nuestra tierra en la memoria. Maldito silencio que con precisión define como crimen de lesa humanidad”.
Hugo se despedía de Rosencof explicándole que aprendería a cocinar el guefilte fish para invitarle a compartirlo en su casa, frente a las costas marroquíes, donde ambos vivimos. Finalmente, nunca le envió el libro a Víctor porque se lo prestó a Paco y este a mí.
Durante años, he regalado ejemplares de Las cartas, dándole nuevos eslabones a la cadena de afectos lectores que había iniciado Paco, quien, aquella mañana, me había legado otros hilos de los que tirar. Hugo formaba parte, junto a su amigo Víctor, del comando que intentó asesinar a Pinochet y Hugo también era hijo de Marcela Otero, una reconocida periodista chilena de la que ya me había hablado Maruja Torres. Así la describió la periodista española para un reportaje que escribísobre las cronistas latinoamericanas:
“Marcela Otero era una joven periodista pro Allende que, cuando el golpe de Pinochet, se encontró perdida en las calles cercanas al Palacio de la Moneda y tuvo que colocar a sus hijos en dos maleteros. A uno se lo llevaron a la embajada rusa. Al otro, a la cubana. Y ahí, como tantas familias chilenas, se desmembró todo. Ella siguió en Santiago mandando clandestinamente crónicas a la agencia Prensa Latina. Cuando la conocí ya tenía cáncer. Fue una de esas amistades cuya muerte sabes que te romperá el corazón, pero que más te lo rompería no haberla conocido”.
Las historias de cómo llegó a mis manos el imponente libro de Rosencof, del atentado contra Pinochet, del exilio de Hugo y de su madre periodista, de Víctor siendo considerado terrorista veinte años después de la vuelta de la democracia a Chile, me estuvieron rondando y tentando hasta el año pasado, cuando decidí conseguir el teléfono de Hugo y explicarle que tenía unas cartas que devolverle. Fue mencionar la amistad compartida con Paco y la categoría de extraños desapareció entre nosotros. Entre risas, Hugo me contó que durante todo este tiempo había acusado a Víctor de haberle perdido el libro y que aprovechando que, como cada verano, su amigo pasaría unos días en su casa, le contaría quién había sido la responsable de tamaña calumnia.
Una semana después, ahí estaba yo, entrevistandolos en casa de Hugo, rodeados de fotos de Marcela Otero y de ellos dos en distintas etapas de sus vidas. Con las ventanas cerradas para evitar el ruido de la calle, con los auriculares bien ajustados, consciente del valor histórico de lo que estaba grabando. Apenas un mes después se celebraría el 50 aniversario del golpe de Estado pinochetista.
Pero, entonces, llegaría el terremoto de Marruecos, la inundación de Libia, un viaje a Estados Unidos y Colombia, el genocidio en Gaza… mientras el relato, contado a dos voces, del intento de asesinato de Pinochet sigue esperando en un disco duro.
A veces, la historia de cómo llegamos a la historia periodística nos recuerda la esencia misma de esta profesión. Como que nos dedicamos a un oficio coral, en el que uno o una firma lo que ha hecho posible un conjunto de personas, a menudo tan anónimas como extraordinarias; un trabajo en el que cuanto más adrede vivimos mejor lo desempeñamos; en el que vivir adrede es paliar la ignorancia y saciar la curiosidad y el ansia por entender convirtiéndonos en esponja, en sombra, en oreja, en espía y en aprendiz de un mundo de gente; que ese mundo —y, por tanto, su reflejo periodístico— es siempre mejor cuanto más diferente, contradictoria, incoherente, peculiar, incómoda y desafiante sea entre sí tu red de gentes; que todas las personas tienen una historia por contar y que la mayoría de las veces a los narradores de profesión se nos escapan porque buscamos, como autómatas, las que ya sabemos reconocer o creemos comprender.
Una tarde, mientras las aves sobrevolaban nuestras cabezas esperando la corriente de aire idónea para emprender su vuelta a África, me encontré a Paco bailando con su mujer, Lola, la música que sonaba en sus cabezas. No había nada de anormal en la escena —unas aves que migran cada año y dos seres humanos abrazados—, salvo la conciencia de que, observado con atención, era un momento extraordinario. Y ahí fue cuando comenzó a brotar esta columna.
Porque para que yo te cuente una historia tuvieron que abrirme las puertas piratas, limpiadoras, enfermeras, cajeras, contrabandistas, fareras, cocineras y tanta otra gente de vidas tan comunes como extraordinarias.
Puedes leer más de Patricia Simón en Revista 5W.
🛩️ Con LEVEL
Lo importante. La aerolínea de bajo coste y largo radio LEVEL ofrece vuelos baratos a destinos como Nueva York por menos de 400 euros (¡ida y vuelta!). Un par de recomendaciones para hacer en Midtown Manhattan mientras dure el frío:
Bryant Park mantiene su pista de patinaje sobre hielo hasta marzo, así como un bar en el que sirven mulled wine (vino caliente), perfecto para aguantar el frío.
Ippudo es uno de los restaurantes de ramen más populares de la ciudad. En su versión de Midtown tienen una carta más limitada que en Union Square, pero saldrás más que contento y calentito para afrontar el resto de paseos helados por Manhattan.
Busca tu vuelo perfecto a las Américas en LEVEL.
🗞️ Lecturas recomendadas
🤳 ¿Hemos llegado al final del scroll infinito de TikTok?
The New York Times (en inglés; 12 minutos)
🧑🏻🦳 Dentro de la obsesión de Biden con ‘Morning Joe’
Axios (en inglés, 6 minutos)
🚀 Olvídate de ‘No Labeles’. El peligro de un tercer partido para Biden viene de la izquierda.
POLITICO (en inglés; 10 minutos)
🏳️⚧️ Cuando eran niños, pensaban que eran trans. Ya no lo piensan.
The New York Times (en inglés, 26 minutos)
En otro orden de cosas, esta semana vuelven los directos de política internacional con citas martes y jueves a partir de las 19:00 CEST.
Podrás seguirlos en mi canal de Twitch.
Feliz lunes,
Posdata: el mejor momento de los GRAMMYs.