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🇵🇸 El dolor real de Gaza
Y también: lecturas del futuro de Argentina y apuestas presidenciales
20 de noviembre | Madrid
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En esta entrega, la periodista Patricia Simón piensa en la Franja de Gaza conforme las bombas israelíes siguen llevándose las vidas de tantos niños.
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🇵🇸 «Cementerio de niños»
Por Patricia Simón
Hace unos quince años soñé que vivía en Al Andalus durante la mal llamada Reconquista. Lo único que no recuerdo de la escena es si yo era judía o morisca. El resto, como el agarrotamiento del cuerpo por el pavor a ser descubierta, lo tengo grabado a fuego. Escondida entre unos matorrales, le tapaba la boca a mi bebé, temblorosa tanto por que llorase como por ahogarla al tratar de impedirlo. Sabía que si los hombres de los que nos ocultábamos nos encontraban, nos matarían a ambas. Solo temía por su vida.
Conservo vívido el tacto de envolverla con mi cuerpo convertido en escudo, en fortaleza, en arrullo. También el desgarro provocado por las manos que me la arrebataron, por la visión de su cuerpo estrellándose contra una piedra. Desperté desventrada por la agonía, deshecha por una certeza: si aquel era, y sigue siendo, el dolor más grande que he experimentado jamás, nunca sería capaz siquiera de atisbar el abismo en el que se hunden quienes sufren, de verdad, el asesinato de un hijo.
Ese es el temblor que me sacude cada vez que veo el vídeo o la fotografía de una criatura sepultada por los bombardeos israelíes en Gaza, de una madre besando su rostro polvoriento, de un padre abrazando el pequeño cadaver amortajado. Los miro e intuyo a su alrededor un precipicio: allí quedan los progenitores, tan muertos en vida como sus niños muertos; de este lado, los vivos, siempre a punto de convertirnos en estatuas de sal de tanto constatar cómo el odio nos convierte en alimañas capaces de despedazar bebés para condenar al mayor de los martirios a los supervivientes. Sabemos la teoría: la deshumanización de los palestinos que el Estado de Israel ha promovido durante décadas propicia no solo el genocidio militar a sangre fría, sino también las pequeñas manifestaciones de la infamia, como esos vídeos en los que familias israelíes, incluidos niños, se disfrazan de padres y madres palestinos para mofarse de su desgracia. Sin embargo, atendemos poco al reverso del proceso: quienes han deshumanizado a sus vecinos hasta referirse a ellos como «animales humanos a los que hay que exterminar» han sido quienes han terminado por convertirse en seres desalmados, desprovistos de cualquier atisbo de humanidad. Para ellos, además, cualquiera que empatice con el dolor de los palestinos es una amenaza para su existencia que hay que aniquilar. Netanyahu se irá; las consecuencias del odio permanecerán.
Según las Naciones Unidas, en el último mes las bombas israelíes han acabado con la vida de más de 4.500 niños y niñas de Gaza. Un tercio, más de 1.200, permanecen aún bajo los escombros y miles más podrían morir en los próximos días por la falta de agua, de alimentos y por el colapso del sistema sanitario. Una limpieza étnica que se habría cobrado la vida de 11.000 personas, según el Ministerio de Salud gazatí, la gran mayoría civiles. Todo esto ha obligado al personal sanitario de la Franja a alumbrar un nuevo concepto: «niño herido sin familiares supervivientes». Un portavoz de Unicef, James Elder; ha definido Gaza como «un cementerio de niños». Se le olvidó añadir que Israel también la ha convertido en un orfanato de críos temblorosos, mutilados y traumatizados.
Mientras, los gobiernos de Estados Unidos y de la mayoría de países miembros de la Unión Europea mantienen su respaldo a Israel, aunque cada vez son más los dirigentes que le reclaman moderación en el coste de vidas de civiles y, en el caso de países como España e Irlanda, un alto el fuego. A la vez, sus sociedades civiles, impotentes y desesperadas ante la complicidad de sus representantes, siguen manifestándose masivamente contra el genocidio de Gaza, conectadas con el sentir de buena parte del Sur Global. La irresponsabilidad de los dirigentes occidentales sobrepasa la pérdida de credibilidad y legitimidad que están generando a las democracias europeas por amparar un genocidio retransmitido en directo: están allanando el camino para que el conflicto termine convertido en una guerra global.
Rusia, China e Irán ya están moviendo ficha para sacar rédito de su apoyo a Palestina. Hezbolá desde Líbano y los hutíes desde Yemen ya han atacado con cohetes y drones, aunque de manera tímida, objetivos israelíes. Irak —controlado en gran medida por Irán— y Siria han manifestado su disposición a intervenir a favor de Gaza. Por supuesto, también para ellos lo de menos es el pueblo palestino.
Pero si la mayoría de los países de la Unión Europea mantienen su respaldo al Estado de Israel, no solo seguirán siendo cómplices de un genocidio, sino que estarán permitiendo que sean los regímenes autoritarios y criminales de Rusia, China, Irán y Siria los que se alcen como defensores de la víctima y del derecho a existir del pueblo palestino. Y será entonces cuando Israel habrá logrado convertir la ocupación y el apartheid de Palestina en una guerra global entre Occidente y Oriente. Y ahí, enfangados en el cinismo de quienes siempre omiten el contexto histórico que permite entender cómo hemos llegado hasta la ignominia, algunos líderes occidentales volverán a presentar los hechos como fenómenos naturales imprevisibles para dividir el mundo entre los que están conmigo o contra mí. Y la criminalización de quienes sigamos defendiendo los derechos de los palestinos no se limitará a acusarnos de filoterroristas defensores de Hamás, sino también de los ayatolás, de Putin, de Jinping y de Asad.
Europa está a tiempo de actuar de manera responsable y de frenar este descalabro global antes de que el mundo sea un lugar aún más injusto, inseguro y sangriento. Para ello, necesita acabar con la sumisión a los dictados de Washington y con el doble rasero con el que Bruselas afronta la invasión rusa de Ucrania y el genocidio israelí de Gaza. Los países miembros de la Unión Europea deben romper relaciones diplomáticas con Israel, aplicar sanciones económicas y un embargo de armas. Como algunos hicieron con la Sudáfrica del apartheid. Y la ciudadanía tiene en su mano aplicar la respuesta que más teme el Estado de Israel, la que más daño le hace: la campaña de Boicot, desinversiones y sanciones. El consumo puede ser nuestro carro de combate.
Aun así, Gaza ya será igualmente un orfanato y un cementerio de niños. No conseguiremos traer de vuelta a las más de 11.000 personas asesinadas en esta última limpieza étnica. Pero es importante que sus familiares sepan que en los países que venden las armas que los aniquilaron sigue habiendo humanidad, que somos millones quienes estamos de luto por sus muertos, quienes querríamos hacer un cordón humano en torno a la Franja y al resto de Territorios Ocupados, convertir nuestros cuerpos en escudo, en fortaleza, en arrullo. Protegerles así de las bombas, llorar juntos a los difuntos, levantar entre todos las casas, reconstruir así un poco la fe en el mundo. Queremos decirles que creemos en su insondable dolor porque, como escribió Soledad Gallego-Díaz, «dicen que el dolor es real solo cuando consigues que otro crea en él. Si no lo logras, tu dolor es locura».
Creemos en vuestro dolor, hermanos y hermanas palestinos. Y lo sentimos, pero no sabemos qué hacer para parar esta locura.
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En otro orden de cosas, ya llega. Esta semana estrenamos Gabinete de crisis, un nuevo programa presentado por un servidor en el que nos preguntamos si España está preparada para la llegada de catastróficos desastres.
Este miércoles, a las 22:30 en laSexta, lanzamos el primer episodio de Gabinete de crisis, Tsunami, para descifrar si las costas de Cádiz y Huelva podrían lidiar con la llegada de una superola destructora.
Aquí, un tráiler completo del programa:
Feliz lunes,
Posdata: no puede parar de mentir.